Todo lo que “es”, eres tú. Y esto
debería ser algo tan absolutamente obvio,
mas no lo es ni por asomo.
Debería ser la cuestión más sencilla de la vida que tú es lo que siempre
ha sido y siempre será por siempre.
Pero
hemos sido embaucados.
Desde niñ@s todos nos repetían: “eres poco”…, y nos lo
creímos.
Por
eso, no sé si entenderás cuando te digo –en formulación negativa- que no puedes
cambiarte ni hacer nada para ser mejor; para ser más sereno,
más feliz, más…
místico.
No puedes hacer lo más mínimo.
Pero
quizás puedas empezar a entenderlo si lo formulamos de forma positiva: no
necesitas hacerlo porque, si te ves a ti mismo correctamente,
verás el
extraordinario fenómeno de la naturaleza que ya eres.
Como son los árboles, las
nubes, los patrones que forma el agua al correr, el fulgor del fuego, el
titilar de las estrellas, las formas de las galaxias… Somos tod@s igual de
maravillosos.
No
hay en ti nada erróneo.
Lo único que ocurre es que tú tienes la idea de que hay
algo mal en ti.
Y si lo crees, lo habrá.
Pero
no hay nada malo.
Todo forma parte del fluir, de lo que es.
Por
eso, tenemos que liberarnos del sentimiento de culpabilidad.
Más aún: ni
siquiera hay que sentirse culpable de sentir culpabilidad.
Nos enseñaron a
sentirnos culpables, y lo seguimos sintiendo.
Y eso no se arregla porque
alguien se te acerque y te diga que no debas hacerlo.
No
es que no “debas” sentirlo, sino que, si lo sientes,
no te preocupes por ello.
Si
insistes en que no puedes parar de preocuparte,
te diré: está bien, preocúpate.
Esto es “dejarse fluir”.
¿Qué
haces cuando no sabes qué hacer? Observas,
simplemente observas lo que acontece. Como cuando alguien sigue una pieza
musical: prestas atención y sigues su sonido.
Y es así como hallas el sentido a
la música.
Tras un tiempo de adiestrarte en ello,
hallarás el sentido a toda
música.
Y ese sentido será la música misma.